El tránsito de la Virgen María

La fiesta de la Asunción de la Virgen en agosto, en su origen, proviene de la adoración de la llamada ‘reina del cielo’, culto que es mucho más antiguo que la época del nacimiento de Jesús: «Los hijos recogen la leña, los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la masa, para hacer tortas a la reina del cielo y para hacer ofrendas a dioses ajenos, para provocarme a ira.» (Jer.7.18). Dicha ‘reina del cielo’ no es otra que la Gran Diosa Madre adorada por todas las culturas antiguas, desde asirios y babilonios, pasando por fenicios y egipcios, hasta llegar a los griegos y los romanos. Tuvo muchos nombres, pero en esencia siempre fue la misma: Tiamat, Ishtar, Asherat, Astarté, Tanit, Isis, Cibeles, Démeter, Afrodita, Venus, etcétera… (De este tema nos ocuparemos en otro artículo).

La más antigua de las fiestas marianas es la que toda la Iglesia sigue celebrando actualmente el 15 de agosto. Toda, en el sentido pleno, siendo común también a los orientales, a los greco-eslavos,  y a los llamados “ortodoxos” quienes, además, le dedican la primera mitad del mes como preparación y la segunda como acción de gracias, confirmando el lugar que ocupa para ellos la Theotókos (madre de Dios). Llamada durante muchos siglos “Dormición de la Bienaventurada Virgen”, la celebración ha recibido una confirmación aún más solemne con el último dogma proclamado, de momento, por un Papa: el de la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma en 1950.

En Oriente hablan de “la dormición de la Virgen”: María quedó dormida y su cuerpo desapareció, siendo llevado al Cielo; la Iglesia Católica da libertad para creer una de las dos opciones: ¿murió o no murió, antes de ser llevada en cuerpo y alma al Cielo? No hay textos bíblicos ni históricos que se refieran directamente a la la muerte de la Virgen Maríani a su Asunción. El dogma se ha transmitido en la tradición de la Iglesia. Inclusive hay dos versiones. Una dice que la Virgen murió y cuando visitaron su tumba el día siguiente no encontraron su cuerpo. Otra tradición afirma que la Virgen no tuvo que morir sino fue llevada al cielo con cuerpo y alma. Como la Iglesia es respetuosa de las tradiciones, el Papa Pío XII en su definición del dogma declaró que “terminado el curso de su vida en la tierra” fue llevada al cielo con cuerpo y alma.

En la Wikipedia leemos que la Asunción de María o Asunción de la Virgen es la creencia, de acuerdo a la Tradición y teología de la Iglesia Católica, de que el cuerpo y alma de la Virgen María fueron llevados al cielo después de terminar sus días en la tierra. Este traslado o tránsito es llamado Assumptio Beatæ Mariæ Virginis (Asunción de la Bienaventurada Virgen María) por los católicos romanos, cuya doctrina fue definida como dogma (verdad de la que no puede dudarse) por el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950. Al definir este dogma, Pío XII no hizo más que definir solemnemente una verdad que los fieles siempre habían creído, es decir, la “necesidad” de que la carne de la Mujer que había dado carne al Hijo de Dios escapara a la corrupción de la carne. La Iglesia Católica ha celebrado esta fiesta en honor de la Virgen María, en Oriente desde el siglo VI y en Roma desde el siglo VII, celebrándose el 15 de agosto.

El dogma
El 1 de noviembre de 1950 se publicó la bula Munificentissimus Deus en la cual el Papa, basado en la Tradición de la Iglesia Católica, tomando en cuenta los testimonios de la liturgia, la creencia de los fieles guiados por sus pastores, los testimonios de los Padres y Doctores de la Iglesia y por el consenso de los obispos del mundo como «Magisterio Viviente», declaraba como dogma de fe católica la doctrina de la Asunción de la Virgen María, con estas solemnes palabras: «Por eso, después que una y otra vez hemos elevado a Dios nuestras preces suplicantes e invocado la luz del Espíritu de Verdad, para gloria de Dios omnipotente que otorgó su particular benevolencia a la Virgen María, para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para aumento de la gloria de la misma augusta Madre, y gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».

Cómo fue la Asunción
Para responder a esta pregunta, tomaremos la opinión del Teólogo Antonio Royo Marín, o.p., la cual aparece en su libro ‘La Virgen María, Teología y Espiritualidad Marianas’, editado por B.A.C. en 1968.

En el momento mismo en que el alma santísima de María se separó del cuerpo -que en esto consiste la muerte- entró inmediatamente en el Cielo y quedó, por decirlo así, el alma incandescente de gloria, en grado incomparable, como correspondía a la Madre de Dios y a la elevación de su gracia. Su cuerpo santísimo, mientras tanto, fue llevado al sepulcro por los discípulos del Señor. Una antigua tradición, fundada en el argumento de la Madre que también quiere parecerse en esto a su Hijo, nos señala que el cuerpo de María estuvo en el sepulcro el mismo tiempo que el de Cristo. Es decir, que poco tiempo después de haber sido sepultado, el cuerpo santísimo de la Santísima Vírgen resucitó también como el de Jesús.

La resurrección se realizó sencillamente volviendo el alma al cuerpo, del que se había separado por la muerte. Pero como el alma de María, al entrar de nuevo a su cuerpo virginal, no venía en el mismo estado en que salió de él, sino incandescente de gloria, comunicó al cuerpo su propia glorificación, poniéndolo también al nivel de una gloria incomparable. Teológicamente hablando, la Asunción de María consiste en la resurrección gloriosa de su cuerpo. Y, en virtud de esa resurrección, comenzó a estar en cuerpo y alma en el Cielo.

¿Murió realmente María?

Es sabido que la muerte no es condición esencial para la Asunción. Y es sabido, también, que el Dogma de la Asunción no dejó definido si murió realmente la Santísima Virgen. Había para entonces discusión sobre esto entre los Mariólogos y Pío XII prefirió dejar definido lo que realmente era importante: que María subió a los Cielos gloriosa en cuerpo y alma, soslayando el problema de si fue asunta al Cielo después de morir y resucitar, o si fue trasladada en cuerpo y alma al Cielo sin pasar por el trance de la muerte, como todos los demás mortales (inclusive como su propio Hijo).

Juan Pablo II, en una de sus catequesis sobre el tema, nos recordaba que Pío XII y el Concilio Vaticano II no se pronuncian sobre la cuestión de la muerte de María. Pero aclara que “Pío XII no pretendió negar el hecho de la muerte; solamente no juzgó oportuno afirmar solemnemente, como verdad que todos los creyentes debían admitir, la muerte de la Madre de Dios”. (JP II, 25-junio-97). Sin embargo, algunos teólogos han sostenido la teoría de la inmortalidad de María, pero Juan Pablo II nos dice al respecto,“existe una tradición común que ve en la muerte de María su introducción en la gloria celeste”. (JP II, 25-junio-97)

El testimonio de la Tradición -sobre todo a partir del Siglo II- es abrumador a favor de la muerte de María. Inclusive la misma Bula Munificentissimus Deus de Pío XII (sobre el Dogma de la Asunción), aunque no propone como dogma la muerte de María, nos presenta este dato interesantísimo sobre la muerte de María en la Tradición de la Iglesia: “Los fieles, siguiendo las enseñanzas y guía de sus pastores … no encontraron dificultad en admitir que María hubiese muerto como murió su Unigénito. Pero eso no les impidió creer y profesar abiertamente que su sagrado cuerpo no estuvo sujeto a la corrupción del sepulcro y que no fue reducido a putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo del Verbo Divino” (Pío XII, Bula Munificentissimus Deus #7, cf. Doc. mar. #801).

El Padre Joaquín Cardoso, s.j. editó en México en el mismo año de la declaración del Dogma su librito “La Asunción de María Santísima”. Y nos refiere lo siguiente sobre la muerte de María en la Tradición: “Hasta el Siglo IV no hay documento alguno escrito que hable de la creencia de la Iglesia, explícitamente, acerca de la Asunción de María. Sin embargo, cuando se comienza a escribir sobre ella, todos los autores siempre se refieren a una antigua tradición de los fieles sobre el asunto. Se hablaba ya en el Siglo II de la muerte de María, pero no se designaba con ese nombre de muerte, sino con el de tránsito, sueño o dormición, lo cual indica que la muerte de María no había sido como la de todos los demás hombres, sino que había tenido algo de particular. Porque aunque de todos los difuntos se decía que habían pasado a una vida mejor, no obstante para indicar ese paso se empleaba siempre la palabra murió, o por lo menos `se durmió en el Señor’, pero nunca se le llamaba como a la de la Virgen así, especialmente, y como por antonomasia, el Tránsito, el Sueño”.

Desde la más remota antigüedad, la liturgia oficial de la Iglesia recogió la doctrina de la muerte de María. Royo Marín refiere dos oraciones “Veneranda nobis…” y “Subveniat, Domine ...” , las cuales estuvieron en vigor hasta la declaración del Dogma (1950) y recogen expresamente la muerte de María al celebrar al fiesta de su gloriosa Asunción a los Cielos. Las oraciones posteriores a la declaración del Dogma, por razones obvias, no aluden a la muerte. Así decía la oración “Veneranda nobis”: “Ayúdenos con su intercesión saludable, ¡oh, Señor!, la venerable festividad de este día, en el cual, aunque la santa Madre de Dios pagó su tributo a la muerte, no pudo, sin embargo, ser humillada por su corrupción aquélla que en su seno encarnó a tu Hijo, Señor nuestro”.

Cristo, el Hijo de Dios e Hijo de María, murió. Y ¿puede ser la Madre superior al Hijo de Dios en cuanto a la muerte física? Es cierto que la Santísima Virgen María, habiendo sido concebida sin pecado original (Inmaculada Concepción) tenía derecho a no morir. Pero, nos decía Juan Pablo II: “El hecho de que la Iglesia proclame a María liberada del pecado original por singular privilegio divino, no lleva a concluir que recibió también la inmortalidad corporal. La Madre no es superior al Hijo, que aceptó la muerte, dándole nuevo significado y transformándola en instrumento de salvación. ” (JP II, 25-junio-97). El Padre Joaquín Cardoso, s.j. dice al respecto: “María Santísima nunca tuvo pecado, por el privilegio de Dios de su Inmaculada Concepción; por consiguiente, no estaba sujeta a la muerte, como no lo estaba Jesucristo; pero también Ella tomó sobre sí nuestro castigo, nuestra muerte”. Y Juan Pablo II: “María, implicada en la obra redentora y asociada a la ofrenda salvadora de Cristo, pudo compartir el sufrimiento y la muerte con vistas a la redención de la humanidad”. (JP II, 25-junio-97)

Un relato de cómo fue la muerte y Asunción de la Virgen

(Sacado de la obra ‘Mística Ciudad de Dios’, de Sor María de Jesús de Ágreda)

Tres años antes del glorioso tránsito de María Santísima a los Cielos, Dios envió al arcángel San Gabriel con una nueva embajada, para darle aviso a su Hija predilecta del tiempo exacto que le restaba de vida. Y al oír que pronto terminaría su larga peregrinación y destierro en este mundo, respondió con las mismas palabras que en la encarnación del Verbo: Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum — “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (cf. Lc. 1, 38).

Unos días después la Virgen María comunicó el hecho al evangelista San Juan, quien a su vez se lo trasmitió a Santiago el Menor, que como obispo de Jerusalén estaba incumbido por San Pedro de asistir al cuidado de la Madre de Dios. Con el transcurso del tiempo San Juan —que al pie de la cruz había recibido del Señor a la Virgen por Madre— no podía ya disimular ni ocultar la inmensa pena que sentía. Con lo cual, antes de que sucediese, se comenzó a divulgar y llorar su próxima partida.

Acerca de la apariencia que por entonces tenía la Santísima Virgen, comenta la madre Ágreda: La disposición natural de su sagrado y virginal cuerpo y rostro era la misma que tuvo de treinta y tres años; porque desde aquella edad nunca hizo mudanza del natural estado, ni sintió los efectos de los años ni de la senectud o vejez, ni tuvo arrugas en el rostro ni en el cuerpo, ni se le puso más débil, flaco o magro, como sucede a los demás hijos de Adán, que con la vejez desfallecen y se desfiguran de lo que fueron en la juventud o edad perfecta. Entre las maravillas que hizo el Señor con la beatísima Madre en estos últimos años, una fue manifiesta, no sólo al evangelista San Juan, sino a muchos fieles. Y esto fue que, cuando comulgaba, la gran Señora quedaba por algunas horas llena de resplandores y claridad tan admirable que parecía estar transfigurada y con dotes de gloria.

Antes de su partida quiso nuestra piadosa Reina visitar por última vez los Santos Lugares. En cada estación lo hizo con abundantes y dulces lágrimas, con memorias lastimosas de lo que padeció su Hijo y fervientes operaciones y admirables efectos, con clamores y peticiones por todos los fieles que llegasen con devoción y veneración a aquellos sagrados Lugares por todos los futuros siglos de la Iglesia. En el monte Calvario se detuvo más tiempo, pidiendo a su Hijo santísimo la eficacia  de la muerte y redención que obró en aquel lugar.

Tres días antes del tránsito felicísimo de María Santísima, a pedido de nuestra Reina, se habían congregado los apóstoles y discípulos en la casa del cenáculo en Jerusalén. El primero en llegar fue San Pedro, traído milagrosamente por un ángel desde Roma, seguido por San Pablo. Los apóstoles la saludaron con no menos dolor que reverencia, porque sabían que venían a asistir a su dichoso tránsito. Algunos de los apóstoles que fueron traídos por ministerio de los ángeles y del fin de su venida los habían ya informado, se fervorizaron con gran ternura en la consideración que les había de faltar su único amparo y consuelo, con que derramaron copiosas lágrimas. Otros lo ignoraban, en especial los discípulos, porque no tuvieron aviso exterior de los ángeles, sino con inspiraciones interiores e impulso suave y eficaz en que conocieron ser voluntad de Dios que luego viniesen a Jerusalén, como lo hicieron. Y fue San Pedro, como cabeza de la Iglesia, quien les comunicó el motivo de su venida, y los condujo al oratorio de la gran Reina donde la vieron todos hermosísima y llena de resplandor celestial.

Aunque no estaba obligada, prefiere morir

Y puestos en su presencia, la Virgen Santísima comenzó a despedirse de ellos, hablando a todos los apóstoles singularmente y algunos discípulos, y después a los demás circunstantes juntos, que eran muchos. Sus palabras como flechas de divino fuego penetraron los corazones de los presentes y rompiendo todos en arroyos de lágrimas y dolor irreparable se postraron en tierra. Después de un intervalo, les pidió que con ella y por ella orasen todos en silencio, y así lo hicieron. En esta quietud sosegada descendió del cielo el Verbo humanado y se llenó de gloria la casa del cenáculo. María Santísima adoró al Señor, quien le ofreció llevarla a la gloria sin pasar por la muerte.

Se postró la prudentísima Madre ante su Hijo y con alegre semblante le dijo: Hijo y Señor mío, yo os suplico que vuestra Madre y sierva entre en la eterna vida por la puerta común de la muerte natural, como los demás hijos de Adán. Vos que sois mi verdadero Dios, la padecisteis sin tener obligación a morir; justo es que como yo he procurado seguiros en la vida os acompañe también en morir. Aprobó Cristo el sacrificio y voluntad de María Santísima y los ángeles comenzaron a cantar con celestial armonía. Y aunque
de la presencia del Salvador sólo algunos apóstoles con San Juan tuvieron especial ilustración y los demás sintieron en su interior divinos y poderosos efectos, pero la música de los ángeles la percibieron con los sentidos muchos de los que allí estaban.

Entonces se reclinó María Santísima sobre su lecho, con las manos juntas y los ojos fijos en su Divino Hijo. Y cuando los ángeles cantaban: “Levántate, apresúrate , amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven que ya pasó el invierno…” (Cant. 2, 10), en estas palabras pronunció Ella las que su Hijo Santísimo en la Cruz: “En tus manos Señor, encomiendo mi espíritu” (Lc. 23, 46). Cerró los virginales ojos y expiró. La enfermedad que le quitó la vida fue el amor. Y el modo fue que el poder divino suspendió el auxilio milagroso que le conservaba las fuerzas naturales para que no se consumiese con el ardor y fuego sensible que le causaba el amor divino.

Pasó aquella purísima alma desde su virginal cuerpo a la diestra de su Hijo Santísimo, donde en un instante fue colocada con inmensa gloria. Y luego se comenzó a sentir que la música de los ángeles se alejaba, porque toda aquella procesión se encaminó al cielo empíreo. El sagrado cuerpo de María Santísima, que había sido templo y sagrario de Dios vivo, quedó lleno de luz y resplandor y despidiendo de sí tan admirable y nueva fragancia que todos los circunstantes quedaron llenos de suavidad interior y exterior. Los apóstoles y discípulos, entre lágrimas de dolor y júbilo de las maravillas que veían, quedaron  como absortos por algún espacio. Sucedió este glorioso tránsito un viernes a las tres de la tarde, a la misma hora que el de su Hijo Santísimo, a los trece días del mes de agosto y a los setenta años de edad, menos algunos días.

Acontecieron grandes maravillas y prodigios en esta preciosa muerte de la Reina. Porque se eclipsó el sol y en señal de luto escondió su luz por algunas horas. Se conmovió toda Jerusalén, y admirados concurrían muchos confesando a voces el poder de Dios y la grandeza de sus obras. Acudieron muchos enfermos y todos fueron sanados. Salieron del purgatorio las almas que en él estaban. Y la mayor maravilla fue que al expirar Nuestra Señora, también otras tres personas lo hacían en la ciudad; y murieron en pecado sin penitencia, por lo cual se condenarían, pero llegando su causa al tribunal de Cristo pidió misericordia para ellas la dulcísima María y fueron restituidos a la vida, y después se enmendaron de modo que murieron en
gracia y se salvaron.

Del entierro de la Santísima Virgen

Los apóstoles encargaron a las dos doncellas que en vida habían asistido a la Reina para que, según la costumbre, ungiesen el cuerpo de la Madre de Dios y la envolviesen en la sábana, para ponerle en el féretro. Entraron en el oratorio donde yacía la venerable difunta, pero el resplandor que la envolvía las deslumbró de suerte que ni pudieron tocarle ni verle ni saber en qué lugar determinado estaba. Luego San Pedro y San Juan confirieron el portento, oyendo asimismo una voz que les dijo: Ni se descubra ni se toque el sagrado cuerpo.

Así, disminuyendo un tanto el resplandor, los dos apóstoles levantaron el sagrado y virginal tesoro y le pusieron en el féretro. Y pudieron hacerlo fácilmente, porque no sintieron peso, ni en el tacto percibieron más de que llegaban a la túnica casi imperceptiblemente. Entones se moderó más el resplandor y todos pudieron percibir y conocer con la vista la hermosura del virgíneo rostro y manos. Del cenáculo partió el solemne cortejo al cual acudieron casi todos los moradores de Jerusalén. Junto a éste había otro invisible de los cortesanos del cielo. Descendieron varias legiones de ángeles con los antiguos padres y profetas,
especialmente San Joaquín, Santa Ana, San José, Santa Isabel y el Bautista, con otros muchos santos que desde el cielo envió nuestro Salvador Jesús para que asistiesen a las exequias y entierro de su beatísima Madre.

El sagrado cuerpo y tabernáculo de Dios fue llevado por los apóstoles en hombros hacia el valle de Josafat, en donde se había providenciado un sepulcro. En el camino se sucedieron grandes milagros: los enfermos quedaron sanos, muchos endemoniados quedaron libres y mayores fueron las conversiones de judíos y gentiles. Al llegar al sepulcro, San Pedro y San Juan colocaron en él al venerado cuerpo y cerraron la tumba con una laja. De regreso al cenáculo, los apóstoles determinaron que algunos de ellos y de los discípulos asistieran al sepulcro santo de su Reina mientras en él perseverara la música celestial, porque todos esperaban el fin de esta maravilla.

4 comentarios sobre “El tránsito de la Virgen María

  1. TODO LO DE LA VIRGEN ME PARACE. LO MEJOR. EN LA VIDA.
    AGOSTO 8/2009. CELEBRACION DE LA ASUNCIO DE LA VIRGEN MARIA. A LOS CIELOS. TE PIDO VIRGEN SANTISIMA. POR MI TRABAJO. MAS HORAS. POR MI HIJO.. QUE EMPIEZA ESTTUDIAR. QUE LE SIGA BIEN. EN COLEGIO.. POR UNA REUNION. VAMOS A TENER..QUE ;LA VIRGEN DESDE EL CIELO NOS PROTEJA..
    EN ESPECIAL. POR ESTE JOVEN. QUE SALIO PARA OTRO PAIS. PARA PROGRESAR.. GRACIAS A DIOS TIENE UN BUEN TRABAJO..PERO EL DIENERO QUE GANA SE LO GASTA EN VICIO DEL LICOR.Y MALAS AMISTADES… DIOS MIO VIRGEN SANTISIMA. SANALO. DE ESTA ENFERMEDAD… PARA QUE TENGA SALUD. DEL ALMA ESPIRITU CUERPO. Y APARTE ESAS MALAS AMISTADES…

  2. ME parece interesante ese articulo, llama la atencion ver cuantas opiniones hubo respecto a la divinidad de Maria. Muchas gracias por ese aporte. Ahora, mi pregunta, si alguien pueden ayudarme: donde puedo conseguir la transcripcion del libro «Transitius Mariae» era antiguo, si no me equivoco, tiene como 1500 años, y fue considerado heretico para la Iglesia. Gracias!

    Respuesta del Prof. Arkane.- Señor o señora Aldi: Existen distintos relatos apócrifos sobre la Asunción de la Virgen, denominados ‘Transitus Mariae’ o bien ‘Obsequia Virginis’. El Papa Juan Pablo II señaló en una catequesis del 9 de julio de 1997 que el primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos, titulados “Transitus Mariae” , cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II y III. Según la palabra del pontífice este texto se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de la fe del pueblo de Dios.
    Creemos que al escribir usted ‘herético’ en realidad quiere decir ‘apócrifo’. En la Biblioteca del Templo puede usted encontrar el texto al que usted se refiere, el apócrifo de la Asunción titulado ‘Transitus Mariae’. Es un bello relato; esperamos que lo encuentre usted de su agrado y que sea lo que busca. Atte,

  3. Queria pedir humildemente por la union de Silvia F.M. y Gabriel J. R. que el señor libere los caminos de los dos y saque toda ataduras y marañas del enemigo …que en especial ponga su mano en Gabriel en el plano afectivo para que tome con valentia y desicion lo que tiene que resolver en su vida emocional si M. le hace daño el señor se encargue de distanciarla de la vida de él …

    Señora o señorita, eliminamos los datos o referencias personales de su mensaje, por norma y sobre todo para mantener la intimidad de las personas. Atte,

Deja un comentario